lunes, 14 de mayo de 2018

Cronos


Después de unas cuantas chorraditas, pongámonos hoy con algo más serio. La verdad es que llevaba tiempo con la idea de ponerme con la primera película de Guillermo del Toro. Hay que completar la filmografía de uno de mis directores favoritos y, por fin, la he cogido por banda y disfrutado como se merece.

En algún lugar de México, un anticuario bien entrado en la madurez encuentra un extraño aparato de forma insectoide. Al intentar operar con él, recibe un doloroso pinchazo. Al día siguiente, se siente rejuvenecer, henchido de fuerza y vigorosidad. Sin embargo, poco a poco descubre que ha adquirido una adicción a los pinchazos del aparato, además de cierta alergia a la luz solar…

Sí, como podréis imaginar, estamos ante un inusual acercamiento al mito del vampiro, pero desde un punto de vista muy extraño. Aquí no tenemos traumas arrastrados por la eternidad, dientes afilados, murciélagos o purpurina. La aproximación viene a través de la “ciencia” y la alquimia, una especie de sangriento y macabro elixir de la juventud, más que de arrancar almas y beber sangre virginal.

La magia de Del Toro se hace notar desde el primer momento. Quizás no te esté enseñando nada extraordinario, pero la sensación de que algo malo va a ocurrir asoma desde todas las sombras. En cierto modo, me ha recordado al Terciopelo azul de David Lynch, mostrando una realidad pervertidamente imposible. Reconocible, y al mismo tiempo, alienada con nuestro día a día. Somos testigos del involuntario descenso a los infiernos de su protagonista, un amantísimo abuelo que no quiere otra cosa que vivir en paz, pero que va reconociendo a regañadientes, su condición, reaccionando aterrado cuando se da cuenta de que cualquier día se comerá a su nieta si continua al lado de ella…

A ello contribuye el espectacular trabajo de un ya veterano Federico Luppi, que muestra su talento al encarnar al íntegro abuelo. Se come cada escena en la que aparece, magnetizando la mirada del espectador, que sufre con él las transformaciones de su carácter. Por su parte, Guillermo del Toro inicia su relación con el que será su actor fetiche, un Ron Perlman que cumple el papel de “Igor”, personaje recursivo para el director, que siempre le encuentra un rinconcito para que pasee su carisma y su fea cara. ¡Qué mala leche que llega a tener aquí!

Sin embargo, Del Toro no tenía ni un durete de más para gastar. Los medios son paupérrimos, obligando al director a tirar de imaginación para sacar adelante las escenas más difíciles. Duele ver las decisiones obligadas por la necesidad y da que pensar qué hubiera podido hacer Del Toro si hubiera tenido acceso a un presupuesto mínimamente decente. Me pregunto si alguna vez habrá pensado en realizar un remake con sus recursos actuales.



Aun así, su innegable modestia no impide apreciar el tremendo ejercicio de estilo de este jovencito que nadie conocía. La capacidad de fascinación de Cronos está fuera de toda duda, no en vano se las arregló para llevarse un par de premios importantes en el Festival de Cine de Sitges (guión y actor, impresionantes ambos) y ser seleccionada a concurso en Cannes. Pronto todo el mundo quería saber quién era ese loco mexicano que era capaz de romper tantos esquemas preconcebidos. Evidentmente, arrasó como pocos en los premios Ariel de su año, no iba a ser menos.

Como cualquier película que se basa más en crear una atmósfera insana que en golpes de efecto, peca de tener un ritmo lento. No obstante, esta interesante vuelta de tuerca al manido género del vampirismo se las arregla para aportar una buena dosis de frescura al tópico, destacando por su capacidad de fascinar a un espectador con buena disposición. Si hubiera tenido un presupuesto mínimamente decente, estaríamos hablando de un auténtico referente, sin duda.

Nota: 8
Nota filmaffinity: 6.2

2 comentarios: