jueves, 17 de marzo de 2016

Alien: el octavo pasajero



Alien, el Xenomorfo. El monstruo fálico que habita nuestras pesadillas, el ser más terrorífico que nuestra imaginación puede generar, la criatura más mortífera que ha creado la evolución es el responsable de llenar de miedos las pantallas de medio mundo desde su aparición a finales de los setenta. Simplemente con recordar su nombre, nuestro subconsciente nos recuerda lo pequeños que somos en la inmensidad cósmica, evocando miedos insondables y seres más allá del espacio conocido.


Todo tiene origen en esta película de camioneros espaciales claustrofóbicamente malsana, en la que los inocentes tripulantes de un carguero son perseguidos por un ser extraño, desconocido y letal. Para un espectador actual, resulta sorprendente la calma con la que se presenta la situación. Scott se toma su tiempo para presentar a todos los personajes, hacernos partícipes de su rutina cotidiana y aprendamos a distinguirlos y a quererlos un poco. Ninguno de ellos es carne de slasher, sino compañeros que vemos cada a día en nuestro trabajo.

Después, un extraño parto (historia pura del cine) da lugar a un ser bípedo de dientes afilados, piel pegajosa, una mala leche descomunal y una inteligencia aún mayor. Sin embargo, tal como ocurre en Tiburón, el monstruo apenas se muestra, es incognoscible y aberrante. Sabemos que está ahí. Atisbamos algunas partes y contemplamos el resultado de sus acciones, las carreras por el pasillo, los cadáveres destrozados o la sangre ácida que cae y perfora los pisos… Pero no le vemos, no sabemos de qué es capaz y Scott puede así acojonarnos y sorprendernos con cada nueva aparición del depredador perfecto. 


Sí, el Alien es un ser tan alejado de la humanidad que nos desagrada en todo momento, pero no es sólo el bicho quién nos causa desazón. El diseño de la nave está concebido para causar incomodidad. La suciedad y el polvo de la nave se complementan con una atmósfera tensa y la amenaza latente de una muerte salvaje e implacable. La influencia del diseño de Giger es tan gigantesca que no podemos sino felicitar el admirable trabajo que realizó este pervertido suizo y agradecer el buen uso que Scott hace del mismo. Las vidas de mucha gente no habrían sido las mismas sin la capacidad que este universo vibrante genera. Alien es una de las obras capitales de la ciencia ficción en la pantalla grande por su irrepetible capacidad para causarte incomodidad simplemente avivando tus propios miedos al mismo tiempo que atrayéndote para explorar un mundo nuevo en el que alucinar con las formas que lo pueblan y cómo estas nacen, se alimentan y matan. Todo el género se ve sacudido por su influencia y se convierte en una obra de obligado visionado para el que quiera profundizar y entender la ciencia ficción.

Y luego está Ripley. Después de años y años de princesas desvalidas a las que salvar, por fin llega una mujer con iniciativa, luchadora e intrépida. La interpretación de Sigourney Weaver sorprendió a todos y la elevó al Olimpo de las Diosas cinematográficas.  Años tardaríamos en volver a ver una heroína que se las basta sola y que combate hasta las últimas consecuencias en la pantalla grande. No es una mujer imposible, no es un ideal. Simplemente, es Ripley, una teniente que hace lo que debe hacerse cuando debe hacerse. Mola. 


Ridley Scott consigue lo más difícil en el cine: juntar imágenes impactantes, personajes míticos y toneladas de tensión con las que mantenerte a tope durante dos horas sin apenas recursos. La acción es constante pero sus estallidos se encuentran perfectamente medidos y cronometrados. La película no tiene ningún punto muerto y su entorno biotecnológico retro-futurista (toma ya) te atrapa y te lanza hacia un horror del que es difícil salir sin haber sufrido. Queda poco por decir que no se haya dicho ya sobre ella, salvo que se trata de una película de obligado visionado para “disfrutar” de su tensión, intriga y claro, está, del miedo… aunque en el espacio nadie pueda oír sus gritos.

Nota: 10
Nota filmaffinity: 8.0

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