viernes, 27 de noviembre de 2015

Nebraska



La DPM del mes nos trae una película de Alexander Payne. Ya desde los tiempos de Election, siempre he tenido una relación de amor-odio con este director. Por un lado, admiro su capacidad para hacer que una historia trivial,sin ningún interés, de gente normal y sin pretensiones, guste. Por el otro, siempre acabo con ganas de aislarme del mundo y no hablar con nadie durante una semana. No siempre tengo la disposición mental para ver sus películas.


Y Nebraska no falla y nos cuenta una historia cotidiana, de un hombre de triste figura al que de tanto fantasear con la fortuna se le ha secado el cerebro y se ha convencido de haber ganado un premio millonario a reclamar tres estados más a la derecha. Su familia sabe que chochea y no puede permitir que Woody se embarque en una aventura estúpida. Pero ¡ay! Todos saben que es quizás el último resquicio de ilusión que le queda a un hombre derrotado. A regañadientes, todos aceptaran este viaje inusitado, forzándose a convivir durante una semana sin posibilidad de escape. Probablemente el mayor tiempo que han pasado juntos en los últimos veinte años.  

Pero quizás lo menos importante es la historia (aunque sí es importante). Estamos ante un hijo que descubre quién es su padre, al que, huraño y alcohólico, nunca ha llegado a conocer a pesar de haberse criado con él. Un padre que descubre quién es su hijo,  al que ha criado pero siempre ha ignorado. También una madre que descubre a un hijo… En resumen, una familia ha habitado siempre el mismo techo, pero en el que nunca ha convivido. Gracias a este viaje sin sentido, encuentran cierto resquicio para que el afecto entre. Aunque sea por la fuerza de la costumbre. A pesar de las estupideces de cada uno. 

Realmente, la historia es mínima, pero la naturalidad con que se relata es pasmosa. Si bien la realidad es deprimente y patética, Payne te la filtra con un sentido del humor negro muy bien encontrado, convirtiendo unas escenas terriblemente trágicas en agradablemente entrañables. El guión se halla asombrosamente intrincado, guardando el momento adecuado para la risa tonta, la memez y la chorrada mientras te muestra verdades crueles y la mezquindad del ser humano. Abundan los diálogos bien afilados, llenos de amargura, separados por silencios que hablan más que las palabras.

El blanco y negro en que está rodado no tiene rastro de granulosidad, dando a la fotografía un aire extraño, antiguo y nuevo a la vez. La puesta en escena se vuelve impecable, mostrando el EEUU que nunca sale en las películas. El de los rednecks de las zonas deprimidas del centro del país, que, en el fondo, constituye una realidad para casi toda la población. Un blanco y negro desvaído, del color de la vida que se apaga. Blanco y negro en que se viven las vidas vividas sin más motivo ni objetivo que el de despertar cada mañana. Existencias rutinarias construidas en torno a la costumbre y el deber, sin rastro de amor y cariño, que han sido reemplazados por la frustración y son alimento de envidias, chismorreos y cuentas pendientes y chismorreos, sin atisbo de piedad con aquellos que se atreven a salirse un poco de la normalidad. 

El protagonismo recae con maestría en un Bruce Dern que calca (y nos recuerda, con amargura) lo que es, supone y hastía la vejez. El hecho de notar que ni tu cuerpo ni tu mente son los que fueron y que la fecha de despedida está muy próxima. Tiene muchísimo mérito para un actor de su edad tener la capacidad de seguir haciendo este tipo de cine. Me ha encantado su trabajo. Frente a él, un actor que no conocía de nada, Will Forte, mantiene el tipo, convirtiéndose en el hijo que todos somos. Es facilísimo identificarse con él, con sus frustraciones y sus sueños y, sobretodo, con el amor incondicional a un padre al que no soporta.


Mención aparte para June Squibb, otra veterana que nos brinda una abuela impagable. Que mala leche, qué resentimiento y qué buen hacer. Aunque en un primer momento es un poco odiosa, se mete poco a poco en nuestros corazones por su desparpajo y su mala uva. Capaz de guardar un comentario cruel para CASI cualquier persona del pueblo y al mismo tiempo hacerse querer por todos. De antología la escena del cementerio, que resume con mucho humor mucha de esa nostalgia que posee la película. Vale la pena verla.

No lo parece, pero es capaz de generar un montón de emociones a lo largo de sus minutos. La desesperación que trae la vejez se intercambia con sonrisas amargas desde el minuto uno hasta el final. Todo ello mezclado con todo el abanico de las emociones humanas: la mezquindad, la fuerza de voluntad, la ilusión, la envidia… Todo ello con el armazón de una historia mínima, con una sencillez abrumadora en la que parece imposible imbuir tanta profundidad, demostrando que no se necesitan fuegos de artificio para llegar al interior del espectador. Es un estupendo retrato del ser humano, capaz de lo mejor y de lo peor con apenas cinco minutos de diferencia.

Toda la película transcurre a través de pueblos desiertos, carreteras cutres y paletos a mansalva. El pueblo, tan alejado de las bulliciosas ciudades que siempre vemos en las películas, es aburrido. Un lugar desolado y árido, con un ambiente casi muerto, donde nunca parece pasar nada. Me recuerda demasiado al páramo dónde he pasado tantos veranos de pequeño, con las conversaciones vacías con parientes que ves una vez cada año, con todos los tejemanejes de los lugareños y, sobretodo, con la palpable sensación de que no hay NADA que hacer (y es que no lo hay), sólo quedando la opción de ver la televisión o emborracharse. Suerte de mis primitos, que los quiero mucho, que si no ^^.

Una historia tristísima y desoladora, que, sin embargo, ha conseguido dejarme con una sonrisa en la boca. Belleza de final, belleza de último plano. El final de Nebraska se une a los que me vienen a la mente siempre que quiero recordar. Finales felices no necesariamente felices. Desenlaces que quizás no te dejan satisfecho, que quizás te dejan un vacío en el alma, pero ciertamente, te deja la sensación de que has visto una película hermosísima.

Nota: 9
Nota filmaffinity: 7.4

Nominada a mejor película, director, Actor Principal, Actriz secundaria, Guión original y fotografía. No se llevó nada. ¡Lástima!
Publicada previamente en cinéfagos AQUI

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Los mundos de Coraline



El cuento más famoso para ver en Halloween –aunque sea una película navideña- es la estupenda e imaginativa Pesadilla Antes de Navidad. Sus autores volvieron a colaborar quince años después para realizar otro ejercicio de pura magia y fantasía y, ya que nos lo re-emiteron en el cine, decidimos disfrutar del interesante ambiente de esta aventura mágica.

Desde un primer momento podemos ver que esta adaptación de la novela de Gaiman es una propuesta que sabe ser diferente. Es fácil identificarse con la Coraline inicial: llena de frustración, ignorada por sus seres queridos y deseando tener una vida completamente distinta de la suya. El azar propone un giro radical de su rutina, convirtiéndola en el centro de un mundo lleno de colores, magia y sueños cumplidos que gira a su alrededor. Todo está al alcance de su mano, pero no todo es tan bonito en el reino de los botones. Los grandes sueños requieren de un peaje muy alto y, a veces, unas renuncias pavorosas.

Los Mundos de Coraline rebosan buen gusto y talento visual. Las situaciones estrambóticas se mezclan con detalles brillantes y mágicos, componiendo un Universo que es toda una invitación a imaginar, a dejarse llevar y huir de una realidad huraña y desagradable, pero como la sonrisa que esconde una bestia, también es hogar de pesadillas, dónde la salvación y el peligro se acercan más de lo debido. 

El diseño que subyace en todo el film es magnífico, fabuloso. Es terriblemente tétrico y, al mismo tiempo, prodigiosamente colorido. Es entrañable y desconcertante. El preciosismo y el lujo por el detalle convierten su visionado en puro placer, tanto disfrutando de lo que aparece en pantalla como admirando las sutiles diferencias entre la realidad y su twisted twin. Las escenas en el jardín tenebroso son canelita pura, un desborde de imaginación bellamente plasmado. 

La novela de Gaiman es una encantadora historia tenebrosa, un cuento para niños que no es para niños, que brota de su fértil imaginación para hacer posible lo imposible. Selick y Burton se las arreglan para destilar a la perfección el alma que habita en su interior y aprovechan la animación para convertirla en una realidad poderosa e impactante. Como una suerte de País de las Maravillas de nuestra era, el reino de los Botones y sus habitantes son aterradores, excéntricos y desasosegantes, pero al mismo tiempo deslumbrantes, cercanos y adorables. Todo es oscuro y trágico, pero al mismo tiempo está lleno de lirismo y creatividad sin perder ni una pizca del humor tan perverso y característico de nuestro forjador de palabras favorito.

Su punto más débil se haya en la trama, claramente infantil, que resultará insuficiente para aquellos más curtidos y ávidos de más complejidad. Como si fuera un capítulo de pesadillas, su historia es decididamente facilona, dando todo mascadito para que los más pequeños de la casa no se pierdan. Si no fuera por la belleza y la tenebrosidad de su animación, ningún adulto querría acercarse mucho a ella, pero pobres niños, la de escenas enfermizas y malignas que hay para ellos. Al contrario que su trama, su puesta en escena es demasiado adulta y terrorífica para los pequeños y, quizás, demasiado simple para los adultos que han perdido la capacidad de emocionarse.

En verdad es como una película de terror infantil adecuada para niños valientes y niños grandes que quieran volver a ser pequeños durante noventa minutos. Recomendable para todo aquel que quiera ver algo diferente, alejándose de las propuestas más comerciales pero sin por ello perder ingenio e imaginación. Simple y degustable como un cuento tétrico y adorable.

Nota: 8
Nota filmaffinity: 7.1

A mí el momento que más "terrorcillo" me despertó fue cuando le comentaron a Coraline que sólo tenía que hacer una cosa para quedarse en el Otro Lado para siempre. Era de miedo ver cómo hablaban tan tranquilamente de coserse botones en los ojos y elegir el color de los mismos...

P.D. Adoro al niño raro amigo de Coraline, tanto el real como su alter ego. Es posiblemente el personaje que más simpatía me ha despertado de toda la película, y su otro yo me dio mucha pena cuando la Otra Madre le castigó de esa forma tan... simpática por querer ayudar a Coraline

lunes, 23 de noviembre de 2015

Un botín de 500.000 dólares



Las ganas de apagar el cerebro un rato son peligrosas porque suelen conllevar elecciones relativamente aleatorias para ver. La portada es definitoria: Clint Eastwood con pistola y Cirino de director. Dos referencias que siempre son estimulantes. Adelante.

¿Y qué tenemos en los primeros minutos? Clint es sacerdote pero le disparan, así que sale huyendo. Un jovencísimo Jeff Bridges que acaba de robar un coche le salva y ambos salen disparados. Los posteriores diálogos nos ubican: Eastwood es un antiguo ladron de bancos retirado mientras que su joven compañero es un alma extraviada que busca la diversión fácil. Tras un par de malentendidos, ambos se reunirán con otros atracadores para dar un nuevo golpe y así ganar todos un buen pellizco.

Pero este engendro deslavazado se hace difícil de definir. Si acaso es un ejemplo perfecto de película irregular. No es de acción, ni de atracos a bancos, ni se convierte en comedia ni acaba de tener mucho sentido. El inicio es prometedor, mola. Jeff Bridges tiene una cara de cemento armado y por momentos le roba la película a Eastwood, lo que no es nada fácil. Hasta el momento en que aparecen las prostitutas, Cirino nos ha soltado unas cuantas escenas tremendas, que dejan huella. Luego, una vez aparecen los compinches… todo se desinfla.

La sensación es que tenían un guión hecho para unos sesenta minutos pero tenían que llenar cien, así que le empezaron a meter añadidos que a veces tenían gracia (el loco de la carretera) y otras no tenían ningún sentido (¿se ponen a trabajar? Qué demonios…). El esfuerzo de los actores también va en consonancia, pues composiciones bien cuidadas se mezclan con unos secundarios de traca y escenas que denotan buenas dosis de pasotismo. La sensación es que la película fue una continua improvisación con lo que les venía a la mente para rellenar minutos hasta que toca cerrar y empieza el robo en sí, consiguiendo un climax la mar de mono para desembocar en un WTF final de los que hacen época. Eso sí, hay que reconocer que no te han dado tiempo para que te aburras. Incluso ahora que estamos acostumbrados a montajes frenéticos, el ritmo es demencialmente rápido. Los cien minutos pasan en un suspiro, aunque al final no estés muy seguro de qué es lo que acabas de ver.

Luego, si nos documentamos un poco sobre la película, nos enteramos de que se trata de una de las primeras películas Hollywoodienses de Eastwood. Éste venía de triunfar con sus spaghetti-westerns y quería hacer un taquillazo rápido y sin complicaciones. Así que consiguió un guión facilón y se lo dio a un novatillo con talento (también era su primera película) y tiraron para adelante. Mientras tanto, los productores sabían que tenían un producto prometedor no sabían muy bien qué hacer con él, cambiando el tono del film casi cada día. Así no hay quién pueda crear algo coherente, así pues, hay escenas muy buenas, otras horrendas, personajes que cambian de personalidad como de camisa…. Vamos, un despropósito.

Una gamberrada de serie B como las que tenemos ahora, pero de su época. Realizada con el único objetivo de reventar taquillas, sigue sirviendo para lo mismo de siempre: Disfrutarla sin exigencias haciéndote el tonto un rato con su guión. Pero bueno, Eastwood es Eastwood y Bridges se sale, eso ya de por sí vale la pena. El ritmo es muy vivo, algunas escenas molan mucho y acaba consiguiendo que disfrutes, sin que se evite dejar la sensación de ser  bastante basuril. Eso sí, el final es un poco como que… ejem… bueno, no digo nada.

Nota: 2
Nota filmaffinityt: 6.2

sábado, 21 de noviembre de 2015

La cumbre escarlata



Alicia. Permitidme esta licencia, pues el personaje interpretado por Mia Wazikowska bebe tanto de la Alicia burtoniana que Crimson Peak podría, simplemente, haber sucedido cinco-diez años después. Nuestra ya crecida Alicia, una mujer inteligente e independiente, alejada de la consabida “reina de los gritos” de las películas de terror, se verá arrojada a una casa encantada poblada con los engendros surgidos de la febril imaginación de Guillermo del Toro, dónde la belleza y el horror se suele mezclar y nada es lo que puede parecer.


Aunque la encontramos encuadrada dentro del Terror, Crimson Peak se acerca mucho más a las historias de amor gótico, deslizándose paulatinamente hacia un mundo sobrenatural que no tiene cabida en nuestro mundo, llenándose de un mal que enloquece a los personajes con su presencia. Tiene dos partes claramente diferenciadas: un primer fragmento muy reposado en que se nos plantea la historia y se toma su tiempo para presentar a unos personajes a los que se da profundidad y enjundia; luego esta reposada (y larga introducción) da pie a una historia de casas encantadas y fantasmas dónde el aroma a invierno, la nostalgia histórica y el misterio fantasmagórico se entrelazan para arrojarnos a un mundo donde el bien se confunde con el mal.

Crimson Peak juega acertadamente las bazas que tiene: un trío de actores la mar de solvente capaz de levantar una historia de la nada y una puesta en escena llena de un barroquismo que no abandona nunca el buen gusto. Estas bazas le sirven para disimular un guión simplón y un desarrollo de la historia plenamente convencional.

Mia Wazikowska, Jessica Chastain (que curiosamente tiene otra película muy diferente en cartelera) y Tom Hiddleston sostienen en sus hombros la película durante su inicio. Unos parecen puros gentlemen ingleses, de aquellos estirados y resabidos, pero que parecen nacidos para liderar y dar órdenes, cual noble en la batalla. La otra mezcla con acierto un aire soñador con un carácter fuerte y, cual Alicia revivida, es al mismo tiempo una tierna víctima y el héroe que toda aventura necesita. La actuación de todos demuestra una gran fe en un director, pues se nota el esfuerzo que despliegan para dar cuerpo y fuerza a unos personajes que, si bien están correctamente dibujados, deambulan sin mucho rumbo en un tedioso prólogo que no tiene otra intención que conducirnos a la mansión.

La casa de los horrores de la Familia Adams, con ascensor incluido y agujero en el techo para hacerla más tétrica y siniestra, donde cada espeluznante habitación esconde un vil secreto, cuya esencia y contenido no vas a estar ansioso por conocer, por el que no te mueres de curiosidad ni desfalleces de intriga, gótico estilo, de vestidura y alma edgariana -con el permiso, jamás concedido, de Allan Poe-, burtoniana si se prefiere, que encanta a la vista pero deja desnutrido al resto del cuerpo; entonces ¿qué hacemos con los demás famélicos sentidos, hermanos de la glotona visión, a su suerte abandonados? Desde el techo agujerado hasta la arcilla roja se basta sola para ahondar en su malignidad, especialmente cuando unos grotescos fantasmas hacen aparición y la locura apremia. Cada escena se convierte entonces en una auténtica obra de arte, un cuadro barroco para gloria y onanismo de un autor que disfruta dejando libre su imaginación y maravillándonos (o horrorizándonos) con aquello que surge de su paleta. Ya sólo con ello merece la pena un visionado en la pantalla más grande y de más calidad que podamos.

El ritmo no destaca por su viveza en ninguno de sus capítulos. Aunque tiene un par de diálogos marca de la casa y varias puñaladas la mar de características que muestran quién es el autor del guión, la historia que allí reside no es más que una excusa con la que mover a unos personajes mientras los truenos llenan el valle de ecos espeluznantes que juegan a romper el frágil velo que separa nuestra realidad del más allá. Como un antiguo caserón cuyos cimientos se hunden en un pantano, los habitantes de Crimson Peak se hunden en un cenagoso barrizal de avaricia, lascivia y ambición. Se puede adivinar cada uno de sus giros, pero ello no impide que podamos disfrutar con la belleza de cada uno de sus encuadres. No puedes atreverte a afirmar que te aburres, fascinado por la joya que se contempla, pero todo aquel que se lance, insensato, hacia sus fúlgidos recovecos verá que no tiene apenas nada que transmitir, más allá de una enfermiza y brillante sensación de intranquilidad, en un cuento de terror que no quiere trascender.



Se agradece también que el terror surja más por la malignidad del ambiente y la ajena realidad en que está envuelto el caserón que por sustos gratuitos realizados a golpe de banda sonora. El músculo del que dispone del Toro está perfectamente aplicado, con la mejor calidad técnica que garantiza una superproducción y el malgusto en la fantástica puesta en escena del autor de El Laberinto del Fauno. 

Los seguidores del barroquismo desmedido, recargado y romántico que evocan las obras de Poe estarán de enhorabuena. El diseño de producción es extraordinario; las luces, espléndidas, los juegos de colores, sublimes; la imaginería, desmedida y admirable. No obstante, ¿Dónde queda el contar una buena historia? El envoltorio de Crimson Peak es de las cosas más bonitas que vais a encontrar este año, eso no lo dudo. Aun habiendo disfrutado con ella, encuentro que rellenar este envoltorio habría sido también una buena idea. No recomendado para corazones impresionables (hay un par de escenas algo durillas) ni para aquellos que prefieran el fondo antes que la forma, el resto podrán disfrutar de un cuento tétrico, literal y visual aunque obvio y previsible.

Nota: 5
Nota filmaffinity: 6.2
Publicada previamente en Cinéfagos AQUI