domingo, 10 de mayo de 2015

Inherent Vice

Paul Thomas Anderson es uno de los nombres importantes de Hollywood. En todo momento ha dado grandes muestras de su capacidad para manejar con la mayor maestría los resortes que hacen funcionar nuestras emociones. Sus grandes obras, como Magnolia, Boggie Nights,  o There will be blood son buena muestra de ello. Películas impactantes, impecablemente realizadas y que saben no dejar a nadie indiferente. El resultado final puede acabar gustando más o menos, la trama puede interesarte o aburrirte, pero Anderson es garantía de un trabajo bien hecho.

Y para los que no lo sepan, Inherent Vice es la adaptación de una novela negra del mismo nombre con una trama confusa y caótica, escrita bajo amparo de ácidos y otros estimulantes y con un resultado confuso y delirante. En los corrillos de Hollywood se había granjeado una merecida fama de novela inadaptable y muchos guionistas habían desistido en el desafío que suponía intentar traspasarla a la pantalla grande. En un claro ejercicio de “no hay huevos”, Anderson ha querido demostrar que él sí podía sacar una película de allí.
Así pues, tenemos a un detective privado adicto a todo lo que se puede ser adicto que recibe una visita nocturna de su expareja para que encuentre a su actual, un nuevo rico de pasado turbio. Al día siguiente es la verdadera mujer del desaparecido quién le encarga el mismo caso. Por medio, un asesinato de un neonazi motero que colaboraba con unos traficantes negros, un agente de la ley con un extraño gusto por las bananas de chocolate, un abogado medio chalado que no sabe muy bien cómo hacer su trabajo, una china que trabaja en todos los burdeles de la ciudad, un saxofonista obligado a ser agente secreto, un dentista cocainómano y amante de las jovencitas recién llegadas a la pubertad, un par de desnudos… Y alucinógenos por un tubo en una película en que ir puestísimo es condición indispensable para salir en ella.

El argumento varía entre la confusión y el caos, acercándose al que podríamos esperar en un Agárralo como puedas. Invitaría a contemplarla como cine absurdo, pero el tratamiento que da Anderson al percal es el de buen (y muy buen) cine noir. Es una historia de detectives pura y dura, tal como la tendría Harry el Sucio, sólo que un poco… psicotrópico de más. Intentar comprender que ocurre en esta farsa de fumetas te obliga a estar atento en todo momento, pues parpadear medio segundo es más que suficiente para caer en un mar de confusión.

Anderson realiza también un prodigioso retrato de una época decadente, dónde los hippies que habían sido más o menos tolerados han vuelto a ser parias peligrosos (los asesinatos de Manson), los ricos tienen dinero para permitirse cualquier tipo de perversión depravada, se viven tiempos peligrosos para todo lo que no sea puramente yanqui, con la hipocresía y las drogas reinando por doquier. Nada tiene porque ser lo que parece en una película dónde cada escena está pensada con detenimiento y pensada con estilo. Un Jazz elegido con mimo, con lo más granado de cada casa, complementa para crear una atmósfera de irrealidad a través de esta genial tomadura de pelo.

Joachim Phoenix parece tan confuso como su personaje, sin saber bien qué tono darle en cada momento, pero concordando a la perfección con la paranoia en que vive toda la película. Sale genial del brete gratuitamente difícil en el que Anderson le ha arrojado. De la misma manera, Josh Brolin interpreta al antagonista aportando una actuación sólida que da aplomo al único personaje sensato (ejem) que podemos encontrar en la cinta. Se queda a gusto, tal como el resto del elenco. Personajes absurdos y emporradísimos que resultan incluso creíbles gracias al  esfuerzo desplegado por Wilson, Cheung, DelToro y los demás. ¿era necesario complicar tanto la vida de los actores? Podríamos decir que no, pero Anderson quiere lucirse y demostrar que es un gran director de actores, y vaya si se queda a gusto.

Pero claro, con este guión, ¿cómo nos tomamos la película? ¿Es una intrincada historia de detectives en forma de puzzle a la que hay que aportar las piezas que faltan para que tenga sentido? ¿Es, en sí, una gigantesca broma? Momentos brillantes e inspirados se suceden a excentricidades imposibles, casualidades improbables y giros de guión tan absurdamente forzados que parecerían inventados sino fuera porque al ser analizados se comprueba que están introducidos con corrección, si nos creemos la coherencia interna de la película, claro. La paraoica densidad que Anderson insulfa en el guión se mezcla con una abrumadora cantidad de referencias culturales que evocan una época ya desaparecida, pudiendo convertir un segundo visionado en un juego para ver cuantos guiños puede meter por segundo. A pesar de que Inherent Vice se consideraba inadaptable, Anderson ha decidido convertir la novela en un monumento onanista en que deja buena muestra de su talento. Hemos de reconocer que lo ha conseguido. Con la intención de demostrar que la tiene más larga que nadie, ignora al desprevenido espectador para generar un metraje de virtuosismo técnico repleto de cabriolas imposibles que dejan claro que pocos son capaces de ser tan visceralmente impecables como él.

Su mayor pecado es que para dos horas y media que dura, no consigue producir otra cosa que estupor y aturdimiento. Al final de la película no estaba muy seguro si quería besar a Anderson o pegarle dos hostias, pero debo reconocer me había tenido a tope todo el rato. Desde un primer momento me ha obligado a alucinar con una historia se sale de madre de buenas a primeras y que cada vez que parecía que algo volvía a tener sentido, se lanzaba a por otro mortal triple carpado hacia atrás. Sus tres actorazos principales consiguen aportar verosimilitud a lo que no lo tiene y su puesta en escena impecable invita a la seriedad, pero vaya eh… cosa. Es una chorrada absurda y confusa, sí, pero es una chorrada espectacular que desborda estilo por todos lados.
Exige mucho al espectador y no es en absoluto una película fácil, pero denota calidad y buen hacer (y quizás un montón malas decisiones). El resultado es un engendro que se queda a medio camino entre “El gran Lebowski” de los Coen y el Polanski de “Chinatown” mezclado en cocktail con unas cuantas dosis de LSD. Quien se atreva que vaya a por ella. Indiferente no se va a quedar.

Nota: 6
Nota filmaffinity: 6.2

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