El héroe de acción por excelencia de mi infancia no es otro sino John
McClain, ese policía con camiseta imperio que la única culpa que tiene es la de
estar de la mejor manera en el lugar equivocado en el momento equivocado. Es el
puto amo sin hacer otra cosa que intentar sobrevivir en un asunto que le viene
grande…, y cómo mola.
Frente a él, un Hans Gruber que ha trazado un plan maestro con total
perfección: secuestrar a la cúpula directiva de una gran empresa durante la
cena de Navidad para así conseguir todos los códigos secretos y las stock
options que le convertirán en rico para toda la eternidad, aprovechando al
mismo tiempo para llevar a cabo una maligna venganza. Todo está perfectamente
trazado menos un detalle menor, ya que no podía contar que el exmarido de una
de las secuestradas iba a aparecer sin estar invitado buscando un último y
desesperado intento de reconciliación. John McClain Está muy fastidiado y tiene
una horrible jaqueca, mal momento para tocarle las narices.
En plena época de héroes de acción casi perfectos (Rambo, Terminator,
Ripley…), aparece un tío descalzo, sin cigarros y unos apuros descomunales para
arreglar el día. A diferencia de los héroes típicos, McClain no es un gallo de
corral. Es uno de nosotros, sus problemas nos son cotidianos, y encima le toca
arreglar el día a todo el mundo. ¡Amos anda! Y todo ello envuelto en un
caramelo de acción sin barreras que permiten que todo el mundo se lo pase en
grande. Además, con un humor gamberro (“Ho ho ho! Now I have an Uzi”) y unos
fuegos artificiales puestos al servicio de la película y no al revés. Como ha
cambiado el cine de acción actual, más centrado en explosiones sin sentido y
cámaras caóticas que en ofrecer una historia vibrante y divertida…
¿Quién hubiera dicho que este actor semidesconocido iba a clavar SU PAPEL
de esta manera? La mezcla de testosterona desbordante, resignación ante la mala
suerte y sentido del humor es de trac Todos acabamos queriendo ser ese poli
neoyorkino descalzo, sucio, fumador, malhablado, chistosillo e indisciplinado
que patea el culo a un malvado y calculador Hans Kruger, interpretado con la
rotundidad que Alan Rickman sabe dar a sus antagonistas (Ese Sheriff de
Nottingham, ese Severus Snape). Si a una dirección sólida y un guión chusco
pero efectivo, le juntas dos actores con carisma, la diversión está asegurada.
La historia es más simple que el mecanismo de un botijo: un bueno, muchos
malos y un puñado de escenas de acción para llevar al desenlace, pero las
piezas del puzzle están perfectamente alineadas y montadas para crear una
película de acción la mar de divertida, que no te deja distraerte hasta que
acaba, intercalando los tiros con chascarrillos carismáticos algo gamberretes
(¡Yippikayey!) que molan mucho.
Incluso se permite un gran puñado de escenas muy pasadas de vueltas que
están llenas de carisma y se han convertido en míticas por derecho propio.
McClane tirándose desde la azotea con una manguera, la batalla final con sólo
dos balas en la recámara (y esas carcajadas cuando McClain va a dar el golpe de
gracia) y el propio desenlace de la película, inesperado y vibrante como pocos.
Muchas más escenas podría recordar, pero bastará con decir que John
McTiernan convierte Nakatomi Plaza, un lugar anónimo, en patrimonio histórico
del cine y demuestra que para hacer una buena película a veces importa más
tener las ideas claras y no estrujarse los sesos ni complicarse la vida en el
guión. El cine a veces tiene que ser simple: personajes que se convierten en
mitos, diálogos ingeniosos, efectos especiales al servicio de la acción y un
héroe sin nada en especial, pero con pequeños detalles (y mucho morro) que lo
convierten en legendario. A fin de cuentas, La
jungla de Cristal es el ejemplo de cómo debe hacerse una película de
acción. Imprescindible.
Nota: 10
Nota filmaffinity: 7.2
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