sábado, 21 de marzo de 2015

Jungla de Cristal

El héroe de acción por excelencia de mi infancia no es otro sino John McClain, ese policía con camiseta imperio que la única culpa que tiene es la de estar de la mejor manera en el lugar equivocado en el momento equivocado. Es el puto amo sin hacer otra cosa que intentar sobrevivir en un asunto que le viene grande…, y cómo mola.

Frente a él, un Hans Gruber que ha trazado un plan maestro con total perfección: secuestrar a la cúpula directiva de una gran empresa durante la cena de Navidad para así conseguir todos los códigos secretos y las stock options que le convertirán en rico para toda la eternidad, aprovechando al mismo tiempo para llevar a cabo una maligna venganza. Todo está perfectamente trazado menos un detalle menor, ya que no podía contar que el exmarido de una de las secuestradas iba a aparecer sin estar invitado buscando un último y desesperado intento de reconciliación. John McClain Está muy fastidiado y tiene una horrible jaqueca, mal momento para tocarle las narices.

En plena época de héroes de acción casi perfectos (Rambo, Terminator, Ripley…), aparece un tío descalzo, sin cigarros y unos apuros descomunales para arreglar el día. A diferencia de los héroes típicos, McClain no es un gallo de corral. Es uno de nosotros, sus problemas nos son cotidianos, y encima le toca arreglar el día a todo el mundo. ¡Amos anda! Y todo ello envuelto en un caramelo de acción sin barreras que permiten que todo el mundo se lo pase en grande. Además, con un humor gamberro (“Ho ho ho! Now I have an Uzi”) y unos fuegos artificiales puestos al servicio de la película y no al revés. Como ha cambiado el cine de acción actual, más centrado en explosiones sin sentido y cámaras caóticas que en ofrecer una historia vibrante y divertida…

¿Quién hubiera dicho que este actor semidesconocido iba a clavar SU PAPEL de esta manera? La mezcla de testosterona desbordante, resignación ante la mala suerte y sentido del humor es de trac Todos acabamos queriendo ser ese poli neoyorkino descalzo, sucio, fumador, malhablado, chistosillo e indisciplinado que patea el culo a un malvado y calculador Hans Kruger, interpretado con la rotundidad que Alan Rickman sabe dar a sus antagonistas (Ese Sheriff de Nottingham, ese Severus Snape). Si a una dirección sólida y un guión chusco pero efectivo, le juntas dos actores con carisma, la diversión está asegurada.

La historia es más simple que el mecanismo de un botijo: un bueno, muchos malos y un puñado de escenas de acción para llevar al desenlace, pero las piezas del puzzle están perfectamente alineadas y montadas para crear una película de acción la mar de divertida, que no te deja distraerte hasta que acaba, intercalando los tiros con chascarrillos carismáticos algo gamberretes (¡Yippikayey!) que molan mucho.
Incluso se permite un gran puñado de escenas muy pasadas de vueltas que están llenas de carisma y se han convertido en míticas por derecho propio. McClane tirándose desde la azotea con una manguera, la batalla final con sólo dos balas en la recámara (y esas carcajadas cuando McClain va a dar el golpe de gracia) y el propio desenlace de la película, inesperado y vibrante como pocos.
Muchas más escenas podría recordar, pero bastará con decir que John McTiernan convierte Nakatomi Plaza, un lugar anónimo, en patrimonio histórico del cine y demuestra que para hacer una buena película a veces importa más tener las ideas claras y no estrujarse los sesos ni complicarse la vida en el guión. El cine a veces tiene que ser simple: personajes que se convierten en mitos, diálogos ingeniosos, efectos especiales al servicio de la acción y un héroe sin nada en especial, pero con pequeños detalles (y mucho morro) que lo convierten en legendario. A fin de cuentas, La jungla de Cristal es el ejemplo de cómo debe hacerse una película de acción. Imprescindible.

Nota: 10
Nota filmaffinity: 7.2 

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