martes, 26 de noviembre de 2013

Las uvas de la ira

Empecemos con que, de Las Uvas de la ira, yo sólo sabía que era uno de los primeros best-sellers de Estados Unidos y una de sus novelas más importantes. Nada más. Ni idea del argumento ni de su significancia. Y me encuentro que (el gran) John Ford había hecho una película sobre ella. Bueno, pues vamos a verla, ¿no?

John Toad acaba de salir de prisión. No desea otra cosa que ver a los suyos y rehacer su vida, pero nada más llegar se encuentra que su familia es obligada “sutilmente” a emigrar de Oklahoma a California, en busca de una vida mejor. El largo viaje está lleno de penalidades, pero una vez en la “tierra prometida” se ven explotados continuamente por los dueños de los ranchos, convirtiendo su existencia en una lucha por la supervivencia.

El film es un crudo retrato sobre la depresión norteamericana de los años treinta. Resulta casi imposible concebir hoy día la idea de que un país con tanto progreso y prosperidad haya pasado por tamaña época de hambrunas y de denigración de la dignidad humana. Y ello está reflejado de manera contundente y sólida de la mano de John Ford, quien supo mostrar en forma admirable los avatares de esa época tan tétrica y dolorosa que debió sobrellevar el país.

ACTORES: La interpretación de Henry Fonda es magnífica, con una rabia contenida soberbiamente plasmada. El resto del reparto le va a la zaga, especialmente y por encima de todos, el papel de Jane Darwell como matriarca, sencillamente sublime y de una calidad que ya no se ve hoy en día. Si en la anterior película “clásica” me quejaba de la sobreactuación en los actores, aquí Ford hace que todos desprendan sinceridad y naturalidad.

DIRECTOR: Qué decir de la puesta en escena de John Ford, inmejorable. No falla absolutamente nada, no sobra ningún plano, no chirría ningún encuadre. Su manejo de la cámara es extraordinario.
Lo que más me sorprende es que ruede esta película en 1941, apenas han pasado 10 años del “crack” y EEUU apenas se está empezando a recuperar de la Gran Depresión. Lo que a nosotros nos parece algo del pasado (aunque muy reconocible), para los que la vieron en su momento, era el pan de cada día. Estoy seguro que tuvo que traer mucha pero mucha cola.

GUIÓN:
-Me mandaron a deciros que estáis desahuciados.
-Quiere decir que me echa de mi tierra.
-No hay porque enfadarse conmigo, yo no tengo la culpa.
-Pues entonces ¿quién la tiene?
-Ya sabes que la dueña de la tierra es la compañía Sonvilland.
-¿Y quién es la compañía Sonvilland?
-No es nadie es una compañía.
-Pero tiene un presidente. Tendrán alguien que sepa para que sirve un rifle, ¿Verdad?
-Pero hijo ellos no tienen la culpa, el banco les dice lo que tienen que hacer.
-Muy bien, ¿dónde está el banco?
-En Tulsa, pero no vas a resolver nada allí, sólo está el apoderado. Y el pobre sólo trata de cumplir las órdenes de Nueva York.
-Entonces ¿A quién matamos?

Éste es casi uno de los primeros diálogos que encontramos en la película. No está mal para empezar. A partir de aquí empieza una historia magníficamente construida, con personajes muy reales que encierra a una familia en una situación muy reconocible. Las reacciones de cada uno de ellos son prueba viva de cómo podemos reaccionar ante la adversidad: La rabia contenida del protagonista, la rebeldía de Casey, la apatía del hermano, la cobardía del cuñado, las quejas del padre de familia y, sobretodo, la fuerza que desprende la matriarca de la familia, que mantiene el grupo unido cuando parece imposible.
Por si fuera poco, no sólo se centra en la durísima situación económica que atravesaba el país, también resalta la unión familiar, la pérdida de la vocación, la solidaridad y generosidad de las personas, la desvergüenza y escasa humanidad de algunos empresarios, el arraigo de las personas por sus orígenes, el hambre, una pequeña luz en la oscuridad de una recuperación económica... se podría estar horas e incluso días analizando todas estas y otras muchas temáticas que se exponen en la película.

Obviamente que esta cinta conmueve al mostrar altos grados de pobreza y de desdicha por la insatisfacción de las necesidades básicas de los seres humanos (aunque hoy día se sigue viendo tal cual lo expone el filme en otros países menos desarrollados), y va causando la empatía del espectador ante tamaña exposición realista de supervivencia a pesar de los contextos sumamente adversos.
Las dos escenas finales son ciertamente impagables. Escenas que ponen los pelos de punta y hacen reflexionar y buscar paralelismos con nuestra sociedad actual.

En definitiva, se trata de un film durísimo, que retrata la cruda realidad de la Gran Depresión, con un espléndido trabajo de Henry Fonda. Y es que los pobres son los grandes olvidados del mundo, como siempre. Hay pocas películas tan atemporales e imperecederas como ésta. Una lección de cine, de historia, de solidaridad y de lucha por la dignidad humana. De obligado visionado.

Nota: 9
Nota filmaffinity: 8.3

Nominada a mejor película, mejor actor (Fonda), mejor guión, mejor sonido, mejor fotografía, mejor director (Ford) y mejor actriz secundaria (Darwell). Se llevó las dos últimas. Casi nada. 

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